HERBERT VON KARAJAN, EL CABALLERO TEUTÓNICO MUSICAL

   Karajan es espiritualmente ajeno para mí. Pero como director, aventaja en miles de cabezas a los actuales. 

  Dirigía siempre de memoria (!), no para dar un espectáculo barato (“¡mirad qué memoria fenomenal tengo!”). Conscientemente dejaba de lado la ventana visual para concentrarse profundamente en la auditiva. ¡La esfera del oído absoluto interior prevalece! La música de Karajan suena en ciertas membranas interiores, en una profundidad que solo puede ser transmitida por un ballet manual de alto nivel: sus gestos de oración plástica, la expresión de su cara, de los brazos, la plasticidad fenomenal de sus manos. ¡Oye la música desde dentro y la interpreta con los gestos, visualmente! No existe ningún matiz acústico para el que no encontrar su propio gesto expresivo. Como consecuencia, colma fenomenalmente al auditorio, cuya mirada está fijada en el director. Sobre todo la orquesta: ¡no mira casi la partitura, sino solo al director! Impresiona la energía de Karajan, su manera de dirigir. Está todo concentrado en lo interior. A menudo desdeña los métodos profesionales habituales: por ejemplo, el de indicar a un grupo de instrumentos el momento de entrar. Como si no viera a los músicos. Él es el director de la civilización. Dirige el universo. ¡Además, al mismo tiempo, dirige la sala entera! El maestro comprende que la sala observa entusiasmada cada gesto suyo y tras su sinfonía gesticulante, asimila la música de modo particular. Lo llamaría ballet sinfónico: los movimientos de sus manos, de los pies, la plasticidad del cuerpo, la expresión de la cara de una persona genial ayudan a asimilar la música en otra profundidad, trasladarla a una dimensión interior, en una esfera de meditación más honda que permite escucharla como si fuera de otros mundos. ¡Esto tiene un efecto fenomenal! La cámara enfoca a los instrumentos: los violines, los vientos de madera, de metal… Todos vibran al unísono. ¡Los arcos, los fagotes, los clarinetes, las trompas, las trompetas, forman su propio corps de ballet instrumental! La energía con la que la mano izquierda de los violinistas anda por el mástil, mientras que la derecha manipula el arco, la energía de las trompetas… ¡es fenomenal! ¡Da la impresión de que los músicos no tocan, sino que dirigen! Karajan dirige un universo para multiplicarse en los músicos. ¡Ante él están unos cien directores dirigiendo una sala de conciertos intergaláctica con un aforo de millones de personas!

   

  En mi libro ‘El piano como Orfeón’ describí cómo me encontré con Karajan, siendo un chico de 17 años, cuando él iba a Moscú en la gira con su orquesta Berliner Philharmoniker. Karajan fue mi ídolo en aquellos tiempos. Lo adoraba inmensamente, estaba enamorado de él y de su música. Por supuesto, en las taquillas ya no se podían comprar entradas: ya estaban agotadas con un mes de antelación.

  Mientras tanto, yo, en medio de una muchedumbre enorme (unas 200 personas), estaba al pie de las columnas cerca de la entrada a la Gran Sala del Conservatorio Tchaikovskiy, a la espera de que apareciese una entrada de sobra. Había multitud de controladores, uno no podía abrirse paso… Llega un coche oficial, un Chaika, y –¡la Sabiduría lo organizó así para mí!- frena a una distancia de unos cinco metros de mí. Se abre la puertecita derecha trasera y sale Karajan, el maravilloso griego canoso de tipo regio y caballeresco. De estatura mediana, joven aún, rebosante de una energía increíble. ¡Un ser no terrenal! Se me quedó grabado en la memoria su largo abrigo de lujo, desabotonado, de paño. ¡Qué bien le sentaba! Karajan se dirigía directamente hacia mí y se detuvo delante de mí, cara a cara… Para siempre recordaré su mirada. No, Karajan no me miraba a mí. Él no veía a las personas en general. Él dirigía el mundo. Creo que no solo yo sino todos los que estaban entre aquella muchedumbre vieron su mirada. No he vuelto a ver algo semejante en ninguna persona: ¡una mirada de águila, omnivencedora, sobrevoladora, inspirada! Lohengrin, Perceval, Tristán, el Caballero del Santo Cáliz ha llegado a la Unión Soviética que había vencido a Hitler, para poder vencer al vencedor. Además, ¿qué es el mismo Hitler para Karajan? No más que una parte entre muchas en la orquesta universal… 

  ¡Aquella noche Karajan dirigía Moscú, dirigía Rusia! Nunca olvidaré la mirada que echó a la muchedumbre situada a los pies de las columnas. Era abstracta, no soberbia sino supramundial, poderosa, la de un buitre, de un zar. Tal era su segura mirada con la que obsequió a Moscú. Yo estaba totalmente estremecido. Incluso si hubiese podido acudir a su concierto, no habría recibido una impresión tan grande. ¡Qué importaba el concierto! Se había de ver esta cara, esta figura. Recordé hasta el último detalle sus ojos, sus pupilas, su abrigo… Recordé incluso sus zapatos. 

  Karajan miró a algún lugar por encima de nuestras cabezas. Claro que le gustó la agitación de unos 200 sin entradas que se amontonaban para entrar en la sala. Pero no era lo que le causó emoción. ¡Él extendió su vista al espacio ante la entrada a la Gran Sala, donde se apiñaban las personas, su vista triunfadora, llena de tanta fuerza, tanta claridad, tanta autoridad enérgica! Karajan planeaba como un águila sobre Moscú. Sus ojos decían: ¡He venido para conquistar! No os pongáis tristes por no poder escuchar el concierto. Ahora voy a dirigiros a vosotros. Sois mi orquesta, mi coro y mis solistas. Y yo interpretaré con vosotros la Novena sinfonía de Beethoven ‘Toda la gente son hermanos’ ¡Voy a tocar para todo el país, para toda la humanidad…!”. ¡Qué escala más grande! En una fracción de segundo él dirigió el cosmos entero, todo el mundo, toda Rusia, todo el auditorio y el público que no consiguió abrirse camino hasta la sala. Un dios musical. ¡Durante un solo minuto hace de todo el auditorio una orquesta y la dirige! No me extrañaría que hubiera dirigido a ratones de campo en sus salidas con su familia al campo para ser domingueros en el seno de la naturaleza.

   

  ¡Si pudierais ver cómo dirigió el Réquiem de Mozart! Es una de las obras más complejas, contiene dieciocho aspectos de modulación complicadísimos que son difíciles de interpretar en general (muchos ni se atreven a interpretar el Réquiem por su dificultad). 

  Dos coros enormes, de hombres y mujeres. Cuatro solistas originales: las voces femeninas aguda y grave, el bajo masculino y el tenor. Cada uno tiene su propia parte solista ¡Una orquesta enorme! 200 personas sobre el escenario. Un director no puede dejar de mirarlas. Pero Karajan sí, mira, pero no ve nada. Sus ojos están dirigidos a un lugar interno… Una parte insignificante de él echa miradas instantáneas a los músicos, justo lo necesario para indicarles las entradas de sus partes. Está totalmente inmerso en la dimensión interior. Sus gestos expresan las vibraciones que crea a fuerza de escuchar la música internamente, a través de una profundísima concentración de la voluntad musical. 

  Me ha impresionado que Karajan obligase a los coristas a cantar sin partitura. No he visto nada semejante en ningún lugar. ¡Es la ruptura de todos los patrones! ¡Durante dos horas, el coro canta de memoria una música de lo más compleja, unido a la fuerza del genio de Karajan! Todos son como una sola persona, como soldados en una fila. Tengo la impresión de que este hombre derrama cierta energía supramundial para toda la humanidad. ¡Una música tan encantadora, una armonía tan perfecta, tanta confluencia y concentración! No hay ningún instrumento suelto, ninguna voz suelta. Una sinfonía absoluta, es decir, la unión en un todo. Karajan no dirigía simplemente. 

  El gran caballero teutónico musical, al descender a la Tierra, representaba con su orquesta ciertas batallas musicales-sinfónicas. ¡Mandaba, reinaba, planeaba por encima de la sala! Es imposible transmitir la riqueza de entonaciones que podía expresar con el movimiento de la palma de su mano: era al mismo tiempo muy expresiva y relajada, suave. ¡Qué conexión entre los músicos de la orquesta! Cada expresión denota que están perfectamente pasmados formando una unidad. El director llena a todos con su energía. Todos están cargados. ¡En mi vida vi una orquesta tan enérgica! Normalmente, el director es un emplasto que vigila que todos toquen más o menos conforme la partitura indica. ¡Karajan prohíbe la partitura! Nunca vi que los músicos mirasen tan a menudo al director. Lo miraban encantados, se alimentaban con su energía de genio, poniendo esta energía en sus instrumentos. Y estos, en particular los vientos de madera, sonaban con una suavidad inconcebible. Con un movimiento de la mano exigía a los metales (¡los instrumentos más bruscos!) que le dieran los dulcísimos sonidos del Santo Grial. ¡Y la orquesta obraba milagros acústicos inauditos! ¡No era una orquesta, sino un órgano genial! Es más, todo se realizaba con un órgano de fondo, que normalmente está ubicado en las grandes salas de concierto. Ahora me doy cuenta para qué hace falta el órgano. Aunque no suena, genera un eco: es un super-resonante, un diapasón. Karajan por sí mismo es una orquesta entera, donde el papel de las cuerdas lo tiene la expresión de la cara y los movimientos de las manos, y el papel de los vientos lo tienen los brazos.

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