"TÚ VIVE QUE YO MORIRÉ POR TÍ"


Vera Lautard Shevchenko
  Hoy os contaremos la estremecedora historia sobre una pianista francesa, deportada a una cárcel de Siberia durante el gulag soviético: Vera Lautard Shevchenko (1901-1982).
  Fue una pianista brillante. Enviada a un campo de concentración situado al norte de Japón por buscar a su marido, después de desaparecer arrestado durante las purgas de Stalin.
En el campo de concentración comenzó el milagro. Vera no podía vivir sin música. Escuchaba a Mozart todo el día. La música sin piano sonaba aún más expresiva. Vera le pidió a una hermanita con la que compartía barraca que tenía habilidades manuales que le cortase un teclado de piano directamente de las tablas de su camastro. Teclas blancas y negras. Vera recorría con sus dedos la tabla y escuchaba la música.
  Los sufrimientos que vivieron en ese atroz campo de trabajos forzados hicieron que sus vecinas de barracón se volvieran sensibles ¡Oh, milagro! Ellas escuchaban la música que sonaba en la mente y en el corazón de Vera. ¡Cuánto dolor había en ella! Las presas lloraban y estaban dispuestas a dar la vida por ella.
  Verita comprendía que con ningún piano de cola no habría podido extraer tales sonidos como con las tablas del camastro. ¡Qué locura! No se entristeció ni un poquito por haber cambiado a Francia por Rusia. La gracia divina ahí era muy grande ¡y había tal amor entre las hermanas, dedicación mutua, disposición para morir la una por la otra!
  Cuando Verita enfermó y yacía al borde de la muerte, las prisioneras se le acercaron, tomando su mano y le dijeron: “¡Mejor morimos nosotras en tu lugar, tú sigue viviendo y tocando música!  Cuando te sientes ante un piano en una de las salas de conciertos, recuérdanos con palabras bondadosas. Estaremos en la sala invisiblemente.” Y lloraron, lloraron… Uno o dos días después partieron al otro mundo.
  Vera lloraba por las noches en su camastro y susurraba para sus adentros: “Dedicaré a su memoria todo lo que toque. Por ellas estoy dispuesta a soportar cualquier cruz. Tocaría hasta en una choza de madera, aunque haya solo dos viejitas de público”.


  Salió del Gulag, y un hombre de la embajada de Francia le prometió millones si accedía a hacer una gira artística. A lo que Vera respondió:
− No hubo nadie en Francia que me dijera: tú vive que yo moriré por ti. Mi vida a partir de ahora está dedicada a las mujeres rusas. Tuve un marido, un hijo, y ahora no tengo a nadie. Ahora mi familia son las diez mujeres santas que dieron la vida por mí en el campo de concentración. Es mí deber glorificarlas, tocando el piano.
Fiel a sus palabras después de la liberación no buscó salas de conciertos en las capitales. Daba conciertos en pobres casas de cultura. Y cuando tocaba en una helada sala sin calefacción, ordenaba que la primera fila estuviera libre para las diez mujeres santas que estuvieron con ella.
Después de salir del gulag su casa fue visitada por reconocidos académicos y profesores, su puerta estaba siempre abierta, sin cerrojo ni cadena. Los estudiantes permanecían de pie durante días enteros en las escaleras, sin poder apartarse de su música llena de gracia. No importa qué tocase: Chopin, Schubet,…. ¡Sonaba la música del GULAG! Verita tocaba rodeada de las diez prisioneras que dieron su vida por ella. Era completamente feliz, las lágrimas no se secaban de sus ojos.
Cambió el piano de cola por unas tablas sin lijar del campo de concentración, con las teclas recortadas. Este fue su destino como pianista.

(Fragmento del libro "Crónica en los cuerpos de luz" Juan de San Grial).

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