"TÚ VIVE QUE YO MORIRÉ POR TÍ"
Vera Lautard Shevchenko |
Fue una pianista brillante. Enviada a un campo de
concentración situado al norte de Japón por buscar a su marido, después de
desaparecer arrestado durante las purgas de Stalin.
En el campo de concentración comenzó el milagro. Vera no
podía vivir sin música. Escuchaba a Mozart todo el día. La música sin piano
sonaba aún más expresiva. Vera le pidió a una hermanita con la que compartía
barraca que tenía habilidades manuales que le cortase un teclado de piano
directamente de las tablas de su camastro. Teclas blancas y negras. Vera
recorría con sus dedos la tabla y escuchaba la música.
Los sufrimientos que vivieron en ese atroz campo de trabajos
forzados hicieron que sus vecinas de barracón se volvieran sensibles ¡Oh,
milagro! Ellas escuchaban la música que sonaba en la mente y en el corazón de
Vera. ¡Cuánto dolor había en ella! Las presas lloraban y estaban dispuestas a
dar la vida por ella.
Verita comprendía que con ningún piano de cola no habría
podido extraer tales sonidos como con las tablas del camastro. ¡Qué locura! No
se entristeció ni un poquito por haber cambiado a Francia por Rusia. La gracia
divina ahí era muy grande ¡y había tal amor entre las hermanas, dedicación
mutua, disposición para morir la una por la otra!
Cuando Verita enfermó y yacía al borde de la muerte, las
prisioneras se le acercaron, tomando su mano y le dijeron: “¡Mejor morimos
nosotras en tu lugar, tú sigue viviendo y tocando música! Cuando te sientes
ante un piano en una de las salas de conciertos, recuérdanos con palabras
bondadosas. Estaremos en la sala invisiblemente.” Y lloraron, lloraron… Uno o
dos días después partieron al otro mundo.
Vera lloraba por las noches en su camastro y susurraba para
sus adentros: “Dedicaré a su memoria todo lo que toque. Por ellas estoy
dispuesta a soportar cualquier cruz. Tocaría hasta en una choza de madera,
aunque haya solo dos viejitas de público”.
Salió del Gulag, y un hombre de la embajada de Francia le
prometió millones si accedía a hacer una gira artística. A lo que Vera
respondió:
− No hubo nadie en Francia que me dijera: tú vive que yo moriré por ti. Mi vida
a partir de ahora está dedicada a las mujeres rusas. Tuve un marido, un hijo, y
ahora no tengo a nadie. Ahora mi familia son las diez mujeres santas que dieron
la vida por mí en el campo de concentración. Es mí deber glorificarlas, tocando
el piano.
Fiel a sus palabras después de la liberación no buscó salas
de conciertos en las capitales. Daba conciertos en pobres casas de cultura. Y
cuando tocaba en una helada sala sin calefacción, ordenaba que la primera fila
estuviera libre para las diez mujeres santas que estuvieron con ella.
Cambió el piano de cola por unas tablas sin lijar del campo
de concentración, con las teclas recortadas. Este fue su destino como pianista.
(Fragmento del libro "Crónica en los cuerpos de
luz" Juan de San Grial).
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