La espiritualidad de Mozart, superando la humana
Cuanto más interpreto a Mozart, más fervoroso es mi intento de descifrar su misterio.
¡Qué depósito del tesoro tan inesperado! Maravillosamente, el genio ruso Tchaikovski lo llama “Cristo musical”. Mozart es aquel que no nos trae solamente un consuelo musical, sino el consolaméntum sobreiluminado, concedido desde lo alto, el consuelo divino.
El designio del arte y, sobre todo de la música, es servir como instrumento de la divinidad cuya misión es vencer el precipicio de este mundo. Mozart entiende perfectamente que la música está destinada a dar un gran consuelo. Sólo mientras suena la voz más preclara de las preclaras, buenísima de las buenas, la melodía más tierna, el alma al ser atraída por ella, vence todas las quimeras, todo lo tentador y erróneo.
¿Por qué me refiero una y otra vez a Mozart? Es mi consolaméntum musical.
Es aquel grandísimo consuelo que, estoy convencido, ejerce aún más influencia
que la oración. La oración, parcialmente, tiene carácter de hipnosis ritual.
Aquí pues, tenemos algo mayor: el amor sublime, sobreiluminado y extático que
no existe en los cielos ni en la Tierra. alabado
por todos los minnestreles del mundo a partir de Orfeo; y con la ayuda de la
cual, y sólo con ella, es posible superar todas las seducciones terrenales.
En las alturas
mínnicas, la música está en unión amistosa con el credo de la teohumanidad:
LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD
en el amor crístico.
Acordémonos de cómo Mozart entendía la genialidad:
amor y sólo amor[1]. ¡He aquí el secreto de su flauta mágica! Igual que su creador y dueño, es de otro mundo... Ni hay ni hubo antes tal música en la Tierra. Por
eso, insisto: Mozart no tendrá ni predecesores, ni sucesores. Igual que Cristo,
Mozart es absolutamente único. Su personalidad puede ser percibida sólo a través
del prisma de la armonía de la cruz; pero no de una cruz de muerte, sino de la
transfiguración, la cruz de la victoria, la cruz de la gloria.
El misterio de Mozart también consiste en que permaneciendo en el mundo, pudo vencerlo. El componente celestial de su música está
afirmado y pagado con la proeza de su vida. Tuvo miles de oportunidades de
hallar el bienestar terrenal... pero eran demasiado grandes su desprecio al espíritu del dinero y su odio a la tiranía de los fuertes del mundo. Fue infinitamente fiel
a su ideal celeste.
La fórmula del genio mozartiano: El Amor celestial, la superante
Sabiduría, la Bondad más allá de los límites, la Pureza perfecta. Como minnestrel, Mozart domina a la perfección las
cuatro virtudes. Sus cartas manifiestan el mismo carácter aéreo, mínnico. Su
lenguaje musical tiene sus propias síncopas, pausas, trinos. Las palabras
explícitamente piden ser interpretadas con música. Hasta que te cuesta
comprender ¿Son las palabras las que se ponen sobre el pentagrama musical, o la
música sobre las líneas de la epístola?
Me atrevo a decir que su herencia epistolar no es
menos genial que sus obras musicales. Su estilo es absolutamente surrealista.
Podría ser envidiado por Rilke y por García Lorca. A finales del siglo XVIII,
Mozart obra milagros con el idioma alemán, impregnándolo con neologismos y
metáforas asombrosas. Aquí también sigue rompiendo los patrones habituales.
Pero detrás de todo y en todo no hay más que amor.
Adora a su padre, mandándole miles de besos en cada
carta. Adora a su hermanita queridísima, a sus amigos tan amables. Adora hasta
a su traidora mujer, reenviándole los últimos guldenes. No es tacaño en poner
epítetos tales como “mi único salvador”, “el mejor entre mis amigos”... Un
fervor hasta lo último en su amistad, una sublime fidelidad en su hermandad. La
palabra “Honor”, en sus cartas está escrita con mayúscula, y “dios” con
minúscula...
Este amor incomparable hacia Dios y hacia el hombre a
la vez, es la señal de la verdadera espiritualidad. Cada viñeta epistolar, cada
pequeño detalle de nuestro pastorcillo solar salzburgués nos revela otra Divinidad, otras puertas, otro ser
humano, otra iglesia.
Convendría escribir un evangelio musical según Amadeus
-el amoroso con la Divinidad[2]. El fenómeno de
Mozart puede ser entendido solo íntegramente: como el sol radiante de la
Divinidad que ha descendido a la Tierra. Wolfgang Amadeus se encuentra bajo la
conducción directa del Padre del puro amor. Él mismo es un mensajero de
otro mundo. Nadie en este siglo -donde el bien se mezcló con el mal tanto que
es imposible separarlos- puede entenderlo hasta el final, ni las mentes más brillantes ni músicos eminentes tales como Goethe, Haydn y Salieri (por no hablar ya de Süssmayr,
inepto miserable, o Constanze, mujer horrible e imprudente). De ahí viene la soledad completa de su vida y la mísera carroza fúnebre con la tumba
anónima al final del camino...
El sentido superior del arte y de la cultura -si
hablamos seriamente sobre el fenómeno de Mozart- es ayudar al ser humano a
superar las quimeras de este siglo, vencer el letargo proyectado y
el miedo a la muerte a través de los superantes amor, bondad,
sabiduría, pureza y hermosura. Con el cetro culturológico, con la fuerza del
arte verdadero (ya sea la música, la arquitectura, la poesía o la pintura)
despertar la conciencia de la divinidad, abrir en el ser humano los inicios
eviternos.
En su forma musical, me estremece lo que quizás
estremeció a Piotr Tchaikovski: ¡es impresionante ver cómo Mozart entrelaza en
sus melodías milagrosas el tejido polifónico!
Existe una cierta contradicción entre el melodismo y
la polifonía. El melodismo es monológico; la melodía es más el acompañamiento.
La polifonía, a diferencia del melodismo distante e introverso, es
extrovertida, dialogal. Es siempre una equilibrada colaboración de dos, tres,
cuatro voces. Se considera que el melodismo y la polifonía son difícilmente
compatibles. ¡Pero el Mozart de los últimos años une ambas cosas
asombrosamente!
Por su complicidad, él se acerca a veces a Tchaikovskiy. Es muy difícil tocar a Tchaikovski en una primera lectura: hay
constantes modulaciones, la armonía está al borde de la disonancia. Pero es
este balanceamiento entre consonancia y disonancia lo que toca el corazón. En
sí misma la disonancia es borrosa, tensiona el alma. La consonancia continua es
demasiado primitiva: parece que todo está bien, todo está alegre. Pero el
mundo, fuera del elemento disonante-pasional, se vuelve una cosa barata,una
gozada, adormece al hombre. ¡Y la consonancia disonante es genial!
Los grandes compositores que tocaban desde las esferas
sobremundiales conocían este secreto. Mozart tiene a veces unas armonías muy
disonantes. Pero él no las permite mucho rato, las resuelve enseguida en
consonancia.
Esto permite poner a Mozart en una posición más alta
que a Beethoven y a Tchaikovski. En Beethoven son propios los fragmentos muy
duraderos, pasionales y trágicos. La Sexta “Patética” de Tchaikovski es
totalmente trágica y se acaba en realidad con el luto... Mozart, aunque permita
una entonación pasional, lo hace para un solo compás, seguido luego por un
consuelo.
¡Escuchad con atención sus composiciones: siempre
tienen “allegro”! Allegro no es un tiempo rápido, como piensan los profanos.
Literalmente significa “alegre, regocijador”. Igual que “adagio” no significa
“lento”, sino “bienaventurado, sosegado”.
El allegro y el adagio mozartianos traen una alegría
espiritual y el sosiego beato y consolador, condicionados por la victoria sobre
la muerte.
“La muerte (escribe Wolfgang Amadeus a su padre, Leopold)
no debe verse como algo ajeno, con cierta distancia, sino desde la experiencia
personal y espiritual, de cerca, constituye el verdadero objetivo de nuestra
existencia. Durante los últimos años, he establecido relaciones más estrechas
con este mejor y más fiel amigo de la humanidad. Su imagen no sólo no me
ocasiona ningún temor, sino que me causa sosiego y consuelo. ¡Y agradezco a mi
Dios por el don de la gracia de concebir que la muerte es una llave que abre
las puertas de la verdadera beatitud!”[3]
Esta sola frase merece decenas de comentarios y
tratados. Nadie entre los genios de la cultura mundial pudo todavía hablar de
esta manera sobre la muerte. ¡Qué paso tan verdaderamente revolucionario! ¡Oh,
la más grande entre las paradojas, digna no solamente de un genio musical, sino
de un metafísico y espiritual!.
No es posible comprender la palabra sanadora y
consoladora de Mozart sin penetrar en su espiritualidad universal bonhómica (de “bonshomes”
– “buenos hombres” en occitano)
Al entrar en la hermandad de los (buenos) iluminados,
en la orden llamada Wohltätigkeit (Benevolencia), Mozart se sintió
estremecido precisamente por la benevolencia de la Divinidad. Supuso para él
aceptar el mensaje recóndito del Evangelio verdadero y hacerse ingenuo, puro y
alegre como un niño. Halló aquella ingenuidad original propia de los mundos que
no conocen la caída en el pecado. Le fueron concedidas tan abundantes
beatitudes que lloraba por las noches, y desde los torrentes de vibraciones que
se derramaban de su corazón, buscó expresar su nueva experiencia espiritual.
Los iluminados consideraban que la
pureza, la ingenuidad y la benevolencia debían prevalecer por encima de la
propia persona. Consideraban que el ser humano no es pecaminoso por naturaleza
(como opinaban los inquisidores y vendedores de indulgencias), sino que había
sido engañado y herido al mismo tiempo. Creían que para que el hombre mismo se
volviera benévolo, de buena disponibilidad, puro e ingenuo, tendría que pasar
por una iniciación, cambiar y nacer de nuevo desde lo alto.
Por esto precisamente es necesario Minné, la Madre de
las divinidades y los humanos. Ella es también una Iglesia Misteriosa de bondad
inenarrable capaz de curar las heridas con amor. Un amor siempre abundante,
unido a la sabiduría diestra y superante del siglo futuro. El ser humano
proviene del reino de la noche absoluta.[4] Pero
el reino de la noche se cambia por el reino de las cuatro divinidades:
Sabiduría divina, Supremo amor, Bondad y Pureza.
Mozart escribió las mejores de sus obras: sinfonía en
sol menor nº 40, la nº 38 “Praga”, la nº 41 “Júpiter”, los conciertos para
piano nº 20, nº 21, nº 23… fruto de una milagrosa sobreiluminación con el
espíritu de la bondad y la pureza; el hermoso espíritu de Dios que Mozart
revela para sí mismo al rechazar las quimeras farisaicas.
El auténtico humanismo es imposible sin ser consciente
de la bondad del Padre.
¡En Dios no hay nada además del bien! La revelación
sobre la benevolencia (“Wohltätigkeit”) de la Divinidad dice que es
precisamente de ella de donde nace el ser humano bondadoso, de donde nace la
verdadera concordia (“Wahrhafte Eintracht”) y se concede el brillo de la
esperanza (“Gekrönte Hoffnung”).[5]
¡He aquí la razón por la que llamó a la muerte, amiga!
Para Mozart, la muerte no estaba vinculada con cualquier juicio de ultratumba.
El pecadocentrismo le era ajeno, pese a ser propio de la visión tradicional
católica. Mozart comprendía: la muerte es el misterio del traspaso, el misterio
del regreso. Misteriosamente, el alma llega al mundo y se va de la misma manera
misteriosa. Sin embargo, la llegada y la salida están asociadas al Aposento Nupcial, pues el amor gravita hacia el matrimonio, tanto el terrenal como el
celestial. El Novio Divino deja al alma-novia ir a la Tierra y luego la recoge
para Sí, recompensándole por los sufrimientos vividos con incontables gracias y
beatitudes.
Mozart, clarividente musical y espiritual, se
entregaba con entusiasmo a la voluntad del Padre Celestial.
Las pruebas que pasan los héroes de la “Flauta mágica”
simbolizan exactamente esto. El alma debe pasar el camino terrenal armada con
la pequeña flauta mágica y la campanilla dorada que le recuerdan constantemente
su procedencia eterna y celestial. Sin la memoria de estos ideales sublimes y
solares, el miedo somete, hace de la persona un conformista, un monstruo moral,
y esto es lo que precisamente quiere conseguir el diablo. Asusta con la muerte,
envía al hombre hacia el Gólgota, buscando embrutecerlo, convertirlo en un
gusano despreciable. Y nuestro Padre, al contrario dice: “No te he traído a este
mundo para humillarte y convertirte en un cerdo despavorido, sino para que
subas los escalones de la divinización y seas glorificado”.
¿Cómo vencer las situaciones insoportables de la vida
que se dan en las zonas concentracionales de la Tierra, que llevan al
borde del suicidio? Con ayuda del hermoso caramillo musical divino, como lo
afirma el mismo Mozart:
En eso consiste el secreto de la
música.
Escuchad, prácticamente al final de la “Flauta
mágica”, Tamino y Pamina cantan juntos:
Pasamos el camino terrenal,
con ayuda de la fuerza milagrosa
de la música,
alegres de evitar la noche oscura
de la muerte.[6]
Creo que estas palabras constituyen el testamento
espiritual de Mozart, y a la vez, el credo de la cultura del futuro. Teniendo
conocimiento de este misterio que encierra la música (como cetro mínnico), se
puede cruzar con alegría la noche oscura (“noche del espíritu” según la
expresión de San Juan de la Cruz).
La música del supremo
amor vence a la muerte, a la “noche oscura” de no-existencia, también ayuda a
vencer el orden del mundo; todo aquello a lo que las almas están condenadas por
el remodelado adaptacional, lo que el príncipe de este mundo les propuso casi
desde el segundo nacimiento. Pero la música debe ser lo suficientemente hermosa
como para atraer a todo ser humano. Debe expresar la quinta esencia de la vida
celestial perdida. Debe invitar a ella. Debe contener las vibraciones del
Reino que el hombre perdió.
¿Y cómo alcanzar el Reino? Para esto hace falta un
ungido, un genio mínnico, Cristo tocando la flautilla para convocar a sus
ovejas.
Miles, millones de personas se elevarán hoy en día
tras el caramillo pastoral de nuestro minnestrel del
s.XXI, Wolfgang Amadeus, si abrimos el secreto que se haya sellado detrás de su
música.
La música de Mozart es la música de Minné. Aquella
misma que de manera arquetípica suena infinitamente, y a pesar de todo, en los
castillos interiores. Pero mientras el hombre esté ensordecido, no podrá
escucharla. Y sin embargo, si sus oídos se perforasen, los sonidos de este
instrumento divino le ayudarían a pasar todas las pruebas terrenales de manera
digna y honesta.
¡Oh, este consolaméntum musical
esférico de Mozart! Me atrevo a decir que vale más que todos los salvoconductos
consoladores que los iniciados medievales daban a los moribundos. No
casualmente las últimas palabras de “Lacrimosa” en el Réquiem son: “¡Dónales sosiego!”.
¡Qué inesperada es esta terminación, que poco tradicional! En lugar de las
repetidas frases “resurgirán del polvo y caminarán al juicio” (enteramente
católica) y “Señor Jesucristo” (doblemente católica), en lugar de repetir este
consabido juicio trrrrrrremendo… en sus obras… ¡no hay más que sosiego! La
perla Mozartiana, incrustada en el corazón y descubierta al pasar unos siglos,
regala el sosiego más que todos los coros y acatistas[7] juntos.
Mozart manifiesta en sí mismo el modelo perfecto de
maestro de coro del Aposento, del más luminoso de los luminosos. Mozart es
genial. ¡Como genial es la Divinidad que lo envió al mundo!
En suma, lo extraordinario de Minné es el tema
principal de Mozart. Él es el minnesinger más grandioso. Y el Mozart de hoy
(¡Sí, sí, el de hoy en día y no el de hace 200 años!) inocula a los que oyen
sus sonatas, sinfonías, cuartetos y óperas, la viva impresión palpitante de lo
genial de la providencia divina.
Su música no habla de los pecados. Su mente solar
entendió que el ser humano realmente está determinado por el mundo. A través de
estos rasgos temporales, la mirada mínnica de Mozart penetra con tal amor
sacramental que resulta claro que ningún cúmulo del mal es capaz de rozar el
interior más profundo del hombre, el que pasará a la eternidad. Cada uno de sus
amigos, a pesar de todos los defectos, desde un pequeño pilluelo gris y tonto,
hasta un miserable conformista es digno de un adagio de Mozart, es digno del
gran réquiem.
“¡El hombre es digno!”- canta Mozart su gran axios[8] . Y
con esta afirmación del hombre, al que iguala al rango de la divinidad
ascendente, se alcanza la victoria sobre el mal y la muerte.
Juan Amadeo
[1] “No
os atreváis a pensar que un genio es un ser con una mente especialmente
refinada o con una gran imaginación desarrollada -dice Mozart en una de sus
cartas. No será la educación, ni la imaginación, ni cualquier otro don personal
el que constituya la esencia de la genialidad. Amor, amor y otra vez amor: ¡he ahí
el alma del genio!”
[2] El
nombre “Amadeus” se traduce como “amante de Dios”.
[3]Traducción
del autor.
[4] Una
de las distintas imágenes de “La flauta mágica”, última ópera de Mozart,
escrita según el escenario de su amigo, cabeza de la hermandadWohltätigkeit de
Ignaz von Born.
[5] “Zur Wahren Eintracht” (hacia la
verdadera armonía) y “Zur Gekrönte Hoffnung” (hacia la esperanza coronada). Son
las hermandades de los iluminati con las que Mozart estuvo vinculado en sus
últimos años.
[6] Wir wandeln durch des Tones Macht
Froh durch des Todes düster Nacht (alemán).
[7] El Acatisto o también llamado por su nombre
original griego akáthistos,
el "Himno Acatisto a la Madre Divina", significa el genero de las más
grandes y célebres composiciones marianas de la tradición cristiana oriental.
[8] ¡Digno
es! (del griego). Exclamación litúrgica antigua.
Gracias de verdad, por exponer una nueva visión tan interesante!
ResponderEliminarMozart verdadero quiere darse a conocer en su imagen real.
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